La muerte, esté fenómeno que
todos tememos y del que no queremos hablar normalmente porque nos entra un escalofrío
por el cuerpo.
Pues bien, por desgracia, es
bastante común que muchos de los pacientes que cuidamos, sobre los que
depositamos nuestro esfuerzo y cariño para que se sientan cómodos, no tengan
dolor, etc… muchos, finalmente, fallecen.
Esto es, lo que muy a menudo,
ocurre en las Unidades de Cuidados Intensivos: Todos los pacientes que se
encuentran allí están en una situación crítica que les hace situarse en muchos
momentos a un único paso entre la vida y la muerte.
El personal que trabaja allí día
tras día vive estas situaciones e inconscientemente las van acumulando, creándoles
estrés y nervios, que en ocasiones, se llegan a pagar con el resto de
compañeros, porque es inevitable y totalmente compresible como humanos que
somos.
En estas unidades la muerte es
algo “más fría” de lo habitual: al estar todos los box al descubierto, cuando
un paciente fallece, no dispones de habitaciones donde poder dejar a la familia
tranquilamente para que se despida de su ser querido. Lo único que podemos
hacer es colocar biombos e intentar reducir, en la medida de lo posible, los
ruidos, creando un ambiente de tranquilidad.
El pase de la familia tras
recibir la trágica noticia es, en mi
opinión, lo que más nos afecta como profesionales: el escuchar a la familia
rota de dolor, gritando, diciendo que porque a él…. Eso es lo más duro y
difícil de aguantar. Se te pone ese nudo en la garganta y quieres llorar y
desahogarte pero sabes que no puedes, que tienes que intentar apoyar a esa
familia en este trágico bache de sus vidas.
Con el paso del tiempo y las
diferentes experiencias, vas poco a poco “acostumbrándote”, por así decirlo, a
la muerte como algo natural, que no podemos evitar.
Esta profesión tiene muchas cosas
bonitas pero también muy duras, ya que vas perdiendo a muchas personas por el camino.
Es bueno desahogarse con los
compañeros, familias, parejas… sobre lo qué vivimos día a día junto a nuestros
pacientes, cómo lo vivimos y cómo, inevitablemente, nos afecta.
Intentamos dejar a un lado todo
lo ocurrido cuando salimos cada día por la puerta del hospital y, aunque la
mayoría de las veces lo conseguimos, siempre hay unos casos que nos afectan más
que otros y con los que podemos evitar sentirnos tristes, apenados.
Somos humanos y eso siempre lo
tenemos que recordar. La muerte es dura pero la vida debe de continuar y
nosotros en ella, participando en los cuidados de otras muchas personas que lo
necesitan.
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